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¿Quién ha ganado la campaña?

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Javier Franzé
Profesor de Teoría Política, Universidad Complutense de Madrid

No sabemos quién ganará las elecciones, pero sí quién ha ganado la campaña.

Todo ha girado en torno al discurso de Podemos, que ha vuelto a tener la iniciativa política como en su primer año de vida. Afincado ahora en los ejes izquierda-derecha y arriba-abajo más que en el nuevo-viejo. Para esto ha sido determinante su alianza con IU, que le bloqueaba tanto los clivajes nuevo-viejo como el arriba-abajo puro, como superación del izquierda-derecha, más propio de su relato inicial. Ha influido también que esa alianza le otorgó de entrada una posición de triunfo —el sorpasso al PSOE—, lo cual le inclinó a una campaña defensiva, centrada en no perder más que en ganar. Para conseguirlo, necesitaba no tensar al extremo la cuerda con lo viejo, pues allí no sólo está su aliado actual, sino su potencial aliado futuro (el PSOE) y unos votantes moderados que busca conquistar.

El discurso del PP se ha acomodado a ese eje propuesto por Podemos. No ha logrado imponer el suyo, que pivota sobre la contraposición moderación-centro-continuidad vs radicalismo-extremismo-experimento, pero sí colocarlo a la sombra del de Podemos, casi como su reverso negativo.

PP y Podemos se han criticado pero evitando chocar directamente. Esto puede resultar curioso, pero quizá se deba a que ninguno tenía intención de deshacer la polarización, para lo cual necesitaba mantener al otro activo, con posibilidad de pelea. Se diría que lo que les reforzó no fue tanto su propio discurso como la interlocución polémica entre ambos. Como si fuera una pelea de boxeo en la que el KO no valiera, sino que tuviera que definirse inevitablemente por  puntos, dado que el papel del jurado resultara —como el del electorado— insustituible.

El gran perdedor ha sido el PSOE, pues ha quedado atrapado en un laberinto que contribuyó a construir presentando un discurso afincado en el pasado, por definición con pocas posibilidades de triunfo en una campaña electoral. Su principal carta de presentación ha sido la flexibilidad, el sentido de Estado y la nula ambición de cargos de su líder acreditada —según este relato— en el esfuerzo realizado para formar gobierno en la corta legislatura pasada. Para ello recurrió a un aspecto del ‘centrismo’ propio del discurso de la Transición. Pero el aspecto clave de ese ‘centrismo’ se lo apropió el PP, cerrándole así su intento de ocupar el ‘centro’ político: es de centro quien evita los ‘extremos’, no tanto por ser flexible, desinteresado y sacrificado.

Los ‘extremos’ evocan el pasado supuestamente enterrado con la Transición: las facciones cainitas de la Guerra Civil. La unión de Podemos con IU, reinterpretada por el PP como la inevitable confesión de Podemos de su carácter ‘comunista’, ha facilitado esa semántica. De hecho, el PSOE se ha sumado por momentos a esa estigmatización, sin advertir que ello lo obligaba a abandonar su identificación del centrismo con la flexibilidad y a encabalgarse en el relato del PP del miedo y la sensatez, más propio de todo discurso continuista. Esa torsión lo dejó tan cerca del PP que perdió fuerza para echarle en cara su política “de recortes y de paro”. Además, cuando lo hizo, el PP no dejó de recordarle que la crisis se debía al PSOE ante lo cual se quedó mudo, imposibilitado como está de nombrar al neoliberalismo. Los otros muros del laberinto del PSOE fueron la disputa de la identidad socialdemócrata y la mano tendida para formar gobierno, ambos de Podemos y funcionales a la formación morada para alejarse de la acusación de ‘comunistas’. El ‘centro’ es útil cuando se lo ocupa, no cuando se aspira a él. En ese caso, como le ha ocurrido al PSOE, impide elegir el adversario principal.

Ciudadanos también ha quedado atrapado en el pasado del intento de pactar con el PSOE, pero con menos rédito todavía, pues reivindicarlo con énfasis le impediría nuevos pactos, previsiblemente uno con el PP. Reivindicó el gesto más que el contenido. Su spot del bar, que logró arremolinar la atención durante unos días, simboliza bien el aspecto nuevo-viejo de este partido: nuevo en el estilo, viejo en los contenidos, para los cuales basten como botones la tosca alegoría al líder de Podemos y el rol asignado a la mujer, doblemente tradicional: circunscrita a su rol de madre, confinada a su vez a los “asuntos propios de su sexo”.

Los que han ganado la campaña han sido por tanto Podemos y el PP. Así ha quedado escenificado el empate cultural que vive este país, que hace de este momento político un hito. Se desmentiría así aquello de que las campañas no sirven para mucho porque no reflejan la problemática del país. Quienes afirman que la campaña ha sido anodina seguramente la analizan desde el punto de vista de la explicación y el contenido de los programas, no en términos de expresión de identidades y de movilización de afectos y expectativas.

En ese nivel, el contrapunto entre Podemos y el PP ha sido interesante. Por una parte, la vitalidad del lenguaje de Podemos, cuyo icono ha sido la estética de su programa-catálogo, pero también la de los renovadores spots (el del teatro, el de Sacristán, etc.), carteles (de inspiración cinematográfica) y la de la película de León de Aranoa (aunque no formara parte de la campaña oficial). Frente a esto, la personalización de la campaña del PP en Rajoy, comenzando por su inédita comparecencia en el debate de los cuatro candidatos. Rajoy ha cultivado un personalismo que no es nuevo en él: no se trata del líder carismático que moviliza a las masas, pero sí del vecino del quinto que vino a Madrid desde provincias hace mucho, que no hizo mala carrera profesional y se ha ganado sin estridencias el respeto de quienes le conocen. Este personalismo centrado en lo campechano, en la gris gallardía del que afronta una dura tormenta con más  perseverancia que luces, parece una herramienta de identificación con la “gente normal de toda la vida”. Una suerte de nuevo qualunquismo.

Quizá aquí residan la dos caras centrales de este país. No casualmente se trata de una diferencia generacional, cuyo parteaguas es la Transición.


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